Entrevista
Conduciendo siempre hacia la autonomía
27/06/2019
Beatriz Sancho
Ser una alumna brillante y tener una discapacidad no está reñido en absoluto. Es más, a veces, además de la inteligencia de cada uno, la discapacidad puede dotarte de ciertas características personales que propicien la codiciada posibilidad de ser una alumna excelente. Es el caso de Inés Martínez Ramón que, a sus 17 años, con fisura palatina y una sordera severa, ha conseguido una nota de 13,428 sobre 14 en la Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU). Esta merecida matrícula de honor le abre las puertas del Grado de Medicina en la Universidad de Castilla-La Mancha, cuya nota de corte estaba el año pasado en 12,918, y también de su sueño: convertirse en médica forense. Y todo ello gracias a su dedicación y a su talento.
Desde pequeña veía la serie “Mentes criminales” con su madre, y eso le ha influido mucho a la hora de decidir a qué quería dedicar su vida. Quiere ser “médica forense”. Y sus razones desgranan ya los trazos amables de su persona: “Me di cuenta de que la medicina forense podía ayudar a quienes pierden un ser querido a despejar las dudas sobre la causa de su muerte”.
Hace unos días ha echado la preinscripción en la Facultad de Medicina de Albacete, ciudad a la que se irá a vivir a una residencia porque la independencia y la autonomía, para Inés Martínez, son “imprescindibles”, ya que opina que hay que “poder apoyarse en las personas”, pero que quien tiene que salir adelante “es una misma”. De esa manera, los errores y los logros cosechados son frutos propios, como la nota tan excepcional que esta joven ha conseguido, indiscutiblemente mérito suyo.
Ni ella misma se lo esperaba: “Cuando vi la nota me quedé alucinada, no me lo creía”, de ahí su satisfacción y que, como asegura, suponga para ella: “Una autorrealización inmensa”. Comenta Inés que, en ocasiones, a lo largo de su trayectoria estudiantil se había desanimado y se preguntaba que para qué tanto esfuerzo. Con este éxito académico, lo justifica: “Ahora me doy cuenta de para todo lo que me ha servido”.
Refiere Inés, jovial, que en su primer examen de la EBAU, el de literatura, estaba “muy nerviosa”, y que le salió bien “como para un 8, pero no para un 10. No me esperaba una media de 13,4 ni en sueños”. Y, sin embargo, no es un sueño, ni tampoco cuestión de suerte. Inés se ha tomado los estudios siempre muy en serio, y si tenía un examen un lunes, por ejemplo, y sus amigos salían el sábado, ella no lo hacía porque su “prioridad” siempre han sido los estudios.
Es su “madurez”, su “responsabilidad” y su “constancia” lo que ha hecho de ella una alumna excelente, que ha sabido explicar a los profesores, aunque alguno fuera reticente porque su discapacidad “es invisible”, que necesitaba un sistema FM “para seguir las clases directamente en sus audífonos”, y que, voluntariamente, se ha sentado “en primera fila siempre” para no perder detalle de las explicaciones. A ello hay que añadirle, claro, el detectado alto coeficiente intelectual que tiene, su enorme capacidad de estudio y, como dice su madre, “sobre todo, que es muy trabajadora”.
EL SUEÑO DE LA AUTONOMÍA
Además de los estudios, si hay algo en lo que Inés Martínez ha invertido esfuerzo y tiempo a lo largo de su vida es en la conquista de la autonomía personal. De hecho, demostrando una lucidez inusitada para su edad, parte del crédito de su consecución asegura que se lo debe a la discapacidad, porque le ha enseñado a saber que tiene que superar obstáculos día a día y, “gracias a ello soy una persona más independiente, y muy consciente de que tengo, básicamente, que valerme por mí misma para superarlos”.
También su madre, Mercedes Ramón Peña, tiene que ver con esta convicción. De hecho, cuando nació Inés, con el “paladar abierto y la sordera”, los médicos le dijeron que se iba a morir. Mercedes lo único que pedía es que Inés viviera, y habiendo pasado por nueve operaciones entre oído y paladar, y una vez fuera de peligro, precisamente porque la abuela y la tía de la estudiante (madre y hermana de Ramón Peña) “eran sordas signantes, y muy dependientes de ella”, Mercedes siempre quiso que su hija “oralizara, que adquiriera el lenguaje oral, y que fuera autónoma”, porque la abuela y la tía habían dependido mucho de ella. Su deseo siempre fue que a Inés “no le diera vergüenza ir a los sitios y hablar, que se expresara”.
Sin embargo, Inés Martínez confiesa que siempre fue tímida, aún lo es. “Cuando era más pequeña me costaba muchísimo hablar con las personas porque no se me entendía, y pensaba que no iba a encontrar amigos”. Pero según fue creciendo, se fue dando cuenta de que si en lugar de tener más amigos “tenía menos, tampoco era para tanto”. Pero ahora sí que tiene amigos, “los necesarios”, advierte madura, “y los que quieren estar”.
En el colegio, según confiesa, sí que lo pasó “un poco peor porque pensaba que cuando hablara no me iban a entender, y que para qué lo iba a intentar siquiera”. Le daba vergüenza hasta de pedir agua en un bar porque, según insiste, no se le entendía apenas. Pero ahí estuvo su madre apuntalando: “me insistía en que hablara con la gente. Y fui creciendo y ahora se me entiende bastante bien, y me da menos vergüenza, aunque siga siendo muy tímida”.
La joven entiende que es muy importante comunicarse, y a pesar de que lo dijera su madre, lo ha ido corroborando por sí misma. Cuenta que una vez, tras una operación de fisura palatal fueron a un camping de vacaciones y que fue “muy duro no poder hablar con la gente”. Sin embarho, añade que para ella, aún más importante, es el hecho de ser “aceptada”.
INCLUSIÓN SOCIAL
Pero Inés Martínez, salvo en el primer año de instituto que se encontró con el jefe de una pandilla, repetidor, que se metía con ella por los audífonos y le hacía llegar llorando a casa muchos días –situación que afrontó concentrándose en sus amigos y en los estudios-, es una alumna completamente aceptada en el entorno escolar. Y no solo, sus compañeros y compañeras, también el profesorado, hablan muy bien de ella: “Dicen que soy increíble”, y lo dice con modestia, con humildad, no con engreimiento alguno.
Como muestra de su plena inclusión, la brillante alumna narra historias acontecidas a lo largo de su vida escolar en la que, por cierto, no ha tenido que sortear “barrera alguna”. La más reciente es la de su graduación, que tilda de “maravillosa”, en la que no tenía previsto hablar nadie y, sin embargo, le pidieron dar un discurso: “Con la vergüenza que me da hablar en público, fue delante de 500 personas, aunque luego todo el mundo me felicitaba”.
Sorprende también que mencione dentro de sus “anécdotas más memorables”, pero que retrata su carácter, ese amor por los estudios, y esa bondad que la adjudican, la realización de un trabajo con otras personas, “lo bien que quedó hecho”, cómo narra que lo disfrutó. Y de ella también dice mucho, aunque fuera en verano, que rescate de su etapa escolar la experiencia que tuvo en un campus inclusivo en Lisboa con personas con discapacidad de Madrid, Jaen, Bélgica y Lisboa. “Fue extraordinario”, asegura, “aprendí un montón. Éramos personas con sordera, con Asperger, con parálisis cerebral, con síndrome de Down, etc. Encontré unas personas maravillosas, no me lo pude pasar mejor”.
También tiene palabras de cariño para su grupo más íntimo de amigos y amigas, y manifiesta que los dos últimos años de bachiller, con la veintena de alumnos y alumnas de su clase, han sido estupendos. Lo que parece no haberse planteado Inés es que su presencia, por su discapacidad, ha podido influir positivamente en el entorno en el que ha convivido desde que empezó la escuela.
Pero sí, una simple llamada a la reflexión le trae de vuelta a la mente que, ciertamente, su diversidad haya aportado un enriquecimiento a todas las personas que han estado a su alrededor. De hecho, recuerda al punto que su clase en particular quizás haya provocado, con el pasar del tiempo, la disminución de algunos de los prejuicios que tuvieran, y ampliado su sentido de la solidaridad o su empatía. Rasgos que, por cierto, generosamente luce esta joven junto al de “intentar siempre ayudar a los demás”.
EMPATÍCA Y CONSCIENTE
Precisamente, la empatía es un rasgo personal que Inés recalca de sí misma, también quienes la rodean lo hacen, y quizás por ella y por la relación a través de su madre con el mundo asociativo de la discapacidad, es muy consciente de que no todas las personas sordas ni con otras discapacidades tienen la suerte de haber vivido una inclusión educativa tan sobresaliente como la suya.
Para todo el alumnado con discapacidad, muchos menos brillantes en los estudios, sin tanta constancia, perseverancia y amor propio, ni tampoco con tanta suerte como ella, Inés tiene palabras serias. Para el profesorado para que sepan que: “La plena inclusión es muy necesaria”, y que tienen que tomar conciencia de que “que no todo el mundo es igual ni necesita lo mismo”. Critica que hay muchos profesores que “cuando ven que no das la talla se desesperan y te desechan”, y que sabe a personas que con su misma discapacidad y con otras “no se las tiene en cuenta”. Por ello reclama la obligación del profesorado “de tener en cuenta a todos los alumnos por igual”.
Al alumnado con discapacidad, con cariño, les pide en los estudios, para trascender las barreras, los obstáculos que encuentren en su etapa escolar, que: “Que sean constantes, y que no tengan miedo de fallar”, y les recuerda que: “Todos nos equivocamos en la vida y que no pasa nada, que sigan adelante, que no se desanimen nunca”.
Sin embargo, a Inés, más allá de su relación con entidades como Aspas Albacete (haciendo entrevistas como esta, “poniendo en valor las capacidades de personas con discapacidad o la propia”), o o Fiapas como usuaria –yendo al logopeda, por ejemplo-, no le gusta que le traten como una persona con discapacidad: “me molesta mucho”. Quiere que la consideren una persona “normal, y no como alguien diferente”.
De hecho, a pesar de que su madre esté en la junta directiva de
Fiapas, en la de
Aspas Albacete, y en la Comisión de la Mujer del
CERMI Estatal, si algo tiene claro, además por su vocación por la medicina forense y su miedo a hablar en público, es que no cree que siga sus pasos en la defensa de los derechos de las personas con discapacidad, al menos desde el mundo asociativo.
Y no será por ausencia de admiración, y el enorme agradecimiento que siente hacia su progenitora. Para Inés la lucha de su madre en las entidades de la discapacidad es “formidable”, pero sobre todo la lucha personal, ya que, además de comenzar a perder audición justo al nacer ella: “Nos ha sacado adelante a mi abuela, a mi tía, a mí y a ella misma”. “Mi madre es una persona maravillosa, fortísima, es una ser increíble, apúntalo bien”, pide por favor y riéndose.
Sin embargo, es normal que a sus 17 años la joven estudiante, y más, como asegura, sin haber tenido apenas problema alguno en su inclusión educativa y social, se plantee tomar las riendas de un barco tan pesado, aunque tan necesario, como el del movimiento asociativo de la discapacidad. Quizás un día cambie de opinión porque aptitudes y actitudes, queda demostrado, no le faltarían para hacer mucho por las personas con discapacidad. Pero, por ahora, bastante ha tenido, y tendrá en la Universidad, como dice su madre, “dedicándose a los estudios”.
También la madurez de esta brillante estudiante albaceteña le lleva a hablar de la desigualdad. A su temprana edad, si bien personalmente no la ha “notado porque en el instituto las únicas personas con discapacidad somos mujeres”, sabe que “existe, que es real y que hay que paliarla. No podemos estar en el siglo XXI”, subraya, “y que haya diferencias entre hombres y mujeres”. En su opinión, la desigualdad de género es algo “inviable” a estas alturas.
Ahora a Inés Martínez, con este “éxito grandísimo”, esa nota descomunal para cualquier hijo de vecino y que tan orgullosa tiene a su madre, le espera el verano, un tiempo de desconexión de los estudios, de descanso, de saborear las mieles conseguidas por el esfuerzo, la perseverancia, el amor propio y por adquirir conocimientos para ayudar al prójimo.
Pero quienes son de la pasta de esta lumínica joven, no pueden descansar solo o por mucho tiempo, por eso estos días está yendo a la autoescuela, en busca de otro triunfo: un medio para volver a casa desde la residencia universitaria, para ver esos países donde empaparse y conocer “otras culturas del mundo”, para “conducirse” siempre hacia esa provechosa “autonomía” que tanto y tanto la inspira.